Por Jenny Manrique
Cuando era niña, Tina Rodríguez fue victima de violencia doméstica y abuso sexual y en repetidas ocasiones llamó al 911 para reportar los maltratos cometidos por su padre contra su madre y hermanos. Las agresiones no solo le causaron serios desórdenes alimenticios sino un profundo trauma que solo años de terapia familiar lograron sanar. De ese camino, no obstante, derivó un desenlace inesperado: con el paso del tiempo Rodríguez se reconcilió con el hombre que destruyó su infancia.
En el marco de su trabajo con sobrevivientes de asalto sexual, Rodríguez ha invitado a su padre a que comparta la experiencia con otros abusadores sobre lo que significa el castigo penal en el sistema de justicia criminal pero incluso sobre uno más doloroso: lidiar con el daño causado a su propia familia.
“Existe una brecha en la responsabilidad cultural tanto para aquellos que han sido impactados con problemas de ira o impulsos violentos y la incapacidad de controlarlos, como para aquellos que han sido víctimas de violencia doméstica”, dijo Rodríguez durante una conferencia organizada por Ethnic Media Services.
“Dependemos de la educación para la prevención y la intervención de sistemas (penales) que han ayudado a crear dolor, y nos quieren mantener atrapados en ese dolor… Necesitamos responsabilizarnos culturalmente de educar a nuestros jóvenes sobre la violencia doméstica y la prevención”, añadió la defensora, quien hoy ejerce como directora en California de la ong Sobrevivientes de delitos por la seguridad y la justicia.
“Necesitamos responsabilizarnos culturalmente de educar a nuestros jóvenes sobre la violencia doméstica y la prevención”.
Tina Rodríguez, Sobrevivientes de Delitos por la Seguridad y la Justicia
Según un reporte de 2020 del New England Journal of Medicine, durante la pandemia una de cada cuatro mujeres y uno de cada 10 hombres han enfrentado el abuso de su pareja o cónyuge íntimo. Informes anecdóticos apuntan a un aumento dramático de la violencia doméstica en medio de la COVID-19.
“Ha sido difícil para las víctimas acceder a recursos o ayuda cuando están en cuarentena con su pareja abusiva”, dijo Monica Khant, directora ejecutiva del instituto asia-pacífico sobre violencia de género. “Es difícil tomarse el tiempo para correr al baño y hacer una llamada secreta… incluso acceder a la información en las computadoras cuando muchas familias inmigrantes no tienen el mismo acceso tecnológico que hemos necesitado para sobrevivir al encierro”, agregó.
La forma como el sistema de justicia penal criminal funciona en casos de violencia doméstica, especialmente para comunidades étnicas e inmigrantes, comienza con una llamada al 911. De allí se presenta una denuncia ante la policía y luego hay la intervención de un tribunal que emite una orden de restricción o una orden para un tratamiento en el manejo de la ira, que si bien puede alejar al abusador de la familia, no resuelve las causas de la violencia.
La solución que se ofrece con frecuencia es romper el núcleo familiar y no un camino a la reconciliación, aún cuando abusadores y víctimas deben compartir la custodia de los hijos. Eso sin mencionar el miedo de una madre negra a que la policía intervenga y mate a su compañero o al de una madre inmigrante a que por acudir a la ley, alguien en la familia termine deportado.
“El divorcio o dejar la situación abusiva no es siempre la primera opción”, aseguró Kant, quien ha representado a centenas de sobrevivientes de esta violencia. “Es importante conciliar haciendo uso de los servicios sociales, en vez de los otros sistemas de justicia criminal”.
Estos recursos no obstante, son menos accesibles para inmigrantes por las barreras propias del lenguaje o por los matices culturales que a veces obligan a las víctimas a quedarse en las situaciones de violencia para evitar “avergonzar a la familia”. La pérdida de trabajo durante la pandemia también ha incrementado la dependencia financiera de la pareja abusadora, en situaciones donde los inmigrantes no pueden acceder a seguros de desempleo.
Un problema social
El padre de Rodriguez pagó una pena carcelaria por el abuso infligido a su familia, tras la cual aceptó participar en un proceso de justicia restaurativa que ella calificó como “brutal”, lleno de discusiones “cándidas y vulnerables”.
“Aprendí que él, como yo, también luchaba con ideas suicidas”, contó Rodriguez para quien estos acercamientos con su victimario, no sólo la ayudaron a sanar sino que fueron el estímulo para liderar un programa de prevención de la violencia doméstica en la prisión estatal de Valley.
“La sociedad le ha asignado al hombre el rol de proveedor del hogar”, observó Rodriguez. “Nadie habla sobre el tipo de presión para un hombre negro que aun con estudios universitarios y altamente calificado, es excluido de unas cinco entrevistas te trabajo por el color de su piel… la ira proviene de ese trauma de estar oprimido y excluido de las oportunidades de ser proveedor”, agregó.
Entre los latinos, la expectativa multigeneracional de ser el financiador de una familia que migra en busca de un mejor futuro, también puede generar el miedo al fracaso y terminar en impulsos violentos.
“Vemos la violencia doméstica como resultado de una experiencia personal, pero en realidad es un problema social y cultural”, dijo por su parte la reverenda Aleese Moore-Orbih, directora ejecutiva de la asociación de California para poner fin a la violencia doméstica.
“Habla de la salud de nuestra sociedad, del quebrantamiento de nuestra sociedad. El trauma que uno experimenta en la violencia doméstica, la agresión sexual, el tráfico, el abuso infantil, cualquiera de esos tiene un impacto de por vida”.
En su trabajo de más de 20 años con estas víctimas, Moore-Orbih ha observado cómo el trastorno de estrés postraumático (TEPT) se transmite de generación en generación lo que no les ha permitido “vivir en la plenitud de sus capacidades como seres humanos”.
“Mujeres, niñas y aquellos quienes se identifican con la energía femenina son siempre los más vulnerables”, observó Moore-Orbih. “Pero si hablamos de masculinidad saludable. ¿Qué tal una feminidad sana también? Todos necesitamos ser individuos sanos. ¿Cómo cambiamos el paradigma? Cuando dejemos de adorar el control y el poder como una forma glorificada de ser, cuando dejemos de alentar a nuestros hijos a tener poder y control en su adultez, entonces podemos comenzar a ver el cambio que sucederá en nuestras relaciones íntimas”.
Para Jerry Tello, fundador y director de capacitación de Compadres Network, es imposible hablar de violencia doméstica sin hablar de opresión, racismo, supremacía blanca, y trauma generacional. “¿Dónde están los programas que entienden esto? No existen!”
Criado junto a siete hermanos en un barrio de familias afroamericanas y latinas en Compton, California, Tello perdió a su padre inmigrante de Chihuahua cuando era muy joven, pero por las enseñanzas propias del machismo, no lloró su muerte.
“Guardé el dolor dentro de mí.. Me enseñaron que para sobrevivir no debía sentir. Que sentir me haría vulnerable”, contó. Tampoco supo expresar su dolor al ver como muchos padres de sus amigos eran encarcelados y separados de sus familias, o incluso asesinados. “No podía llorar”.
Hace 32 años junto a otro compañero psicólogo creó la red Compadres para proveer círculos de sanación, y planes de estudios sobre los ritos de iniciación de jóvenes huérfanos, para padres adolescentes y para unir a las familias destruidas por la violencia.
“Tomamos la decisión de que el primer paso para la sanación es sanarnos a nosotros mismos, tenemos que reclamar lo sagrado de nosotros como hombres. Tenemos la medicina dentro de nosotros y nuestros barrios”, dijo. “Animarnos es un aspecto importante de esta transformación”, concluyó.
Jenny Manrique es Reportera de Ethnic Media Services.
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