Ramón Del Castillo, PhD
La erradicación de la violencia en la sociedad estadounidense puede no ser factible ni sostenible sin la construcción de una cultura de paz y no violencia. Mientras celebramos la 22ª marcha anual para honrar el legado de César Estrada Chávez el 1 de abril (Denver), con el tema de Reclamar la responsabilidad masculina a través de la no violencia, las comunidades asoladas por esta epidemia podrían considerar seriamente estudiar la vida de César Chávez y practicar su filosofía de la no violencia. Fue uno de los pocos líderes nacionales que practicó con rigor la no violencia mientras el Sindicato de Campesinos Unidos resistía los ataques físicos de los airados y violentos rompehuelgas, acostumbrados a utilizar la violencia para controlar a los demás. Chávez se enfrentó de forma no violenta a la agroindustria con sus megabandidos y sus políticas laborales inhumanas. Lo hizo en nombre de los impotentes trabajadores agrícolas que habían sido abandonados por la ley. Su causa no era interesada; era activismo en estado puro. Los boicots que estableció eran métodos no violentos y eficaces para concienciar a la comunidad y fortalecer el sindicato.
Para entender la paz, primero hay que comprender el daño que la violencia causa a nuestro espíritu colectivo: la violencia es una fuerza psicológica destructiva. Debemos recordarnos constantemente que sólo mediante la práctica de la no violencia pueden los seres humanos alcanzar los elevados ideales expuestos por Chávez y otros líderes que sacrificaron sus vidas por un bien mayor. Chávez creía que la no violencia conserva la dignidad incondicional del individuo. Actuar violentamente conduciría a la destrucción de los demás y, en última instancia, a nuestra autodestrucción. Como nos enseña la filosofía maya—en lac esh—tú eres mi otro yo. Si te hago daño, también me hago daño a mí.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura define la paz como «un conjunto de valores, actitudes, comportamientos y modos de vida que rechazan la violencia y previenen los conflictos abordando sus causas profundas y resolviendo los problemas mediante el diálogo y la negociación entre individuos, grupos y naciones». Como afirma José Antonio Orozco en su libro, César Chávez y el sentido común de la no violencia, «El legado más grande de La Causa sería una contribución al desarrollo de una cultura de paz que pueda trabajar por un mundo mejor.»
Chávez rechazó cualquier tipo de violencia mientras predicaba la no violencia en los polvorientos campos de Estados Unidos desde púlpitos hechos de cartón. Uno de los rituales arraigados en la cultura mexicana que practicaba como antídoto contra la violencia era el de la peregrinación. La peregrinación de 300 millas desde Delano a Sacramento en 1966 se organizó no para pedir compasión por las atroces condiciones que los trabajadores agrícolas sufrían en los campos, sino para aumentar la conciencia social de los cultivadores. Como ha declarado Chávez, «un viaje hecho con sacrificio y penurias es una expresión de penitencia y compromiso, y a menudo implica una petición al patrón de la peregrinación por algún beneficio sinceramente buscado para el cuerpo o el alma.» La inclusión de su fe católica durante las marchas de la United Farm Worker (UFW) nunca se utilizó como herramienta de proselitismo. Honraba todas las creencias e invitaba a todas las religiones a participar en la lucha.
Otro ritual que Chávez practicaba era el ayuno, que confundió y enfadó a muchos de sus seguidores. Ayunaba, no para hacer un espectáculo de sí mismo, sino para expresar a los demás, cuyos impulsos están orientados a combatir la violencia con violencia, que se abstuvieran. Privándose de alimentos y ridiculizado por quienes practican la violencia de la lengua le acusaron de poseer un complejo de Jesucristo. En realidad, fue una revelación de que una de las formas en que se puede lograr un cambio a largo plazo es cuando se penetra en el alma de un ser humano con amabilidad y no violencia. Una vez confrontado con la verdad, cualquiera que sea fiel a sí mismo, no puede retroceder.
Chávez era íntimamente consciente de cómo «los estadounidenses generalmente asocian México, particularmente las regiones fronterizas, con el crimen, la violencia aleatoria, el tráfico de drogas, la corrupción política y el vicio sexual», olvidando las muchas formas de violencia institucionalizada y política que los gobiernos utilizan como métodos de control social en las ciudades fronterizas a través de la militarización de la frontera. Era plenamente consciente de cómo los trabajadores indocumentados se convertían en esclavos modernos, utilizados como peones políticos por los agentes del poder que empleaban una violencia incesante para intentar destruir La Causa. En el Plan de Délano, Chávez buscó remedios para poner fin al sufrimiento padecido por los trabajadores agrícolas. Como decía el plan: «Estamos sufriendo. Hemos sufrido, y no tenemos miedo de sufrir para ganar nuestra causa… Nuestros hombres, mujeres y niños han sufrido no sólo la brutalidad básica del trabajo en el banquillo, y las injusticias más obvias del sistema; también han sufrido la desesperación de saber que el sistema atiende a la codicia de hombres insensibles y no a nuestras necesidades.»
Hay que abordar el sufrimiento silencioso que experimentan nuestros jóvenes.
Chávez denunció el racismo estadounidense, la desigualdad económica y la política nacional en una sociedad en la que se utilizaba la violencia institucionalizada para mantener los atroces acuerdos sociales. Él había sido testigo de la violencia estructural incrustada en las instituciones de América; la violencia en las calles, la violencia infligida a los demás en las relaciones personales y la violencia desarrollada a través de las inhumanas políticas integrales de inmigración que ha crecido en alcance e intensidad. Los estudiantes DACA pueden dar fe de ello, ya que viven con miedo y privados de los derechos humanos básicos.
Chávez criticó el nacionalismo chovinista estrecho, describiéndolo como un encubrimiento de las tendencias machistas de control. Orozco afirma en su libro que «el poder sobre los demás se asemeja claramente al tipo de fuerza apreciada por la masculinidad machista». Este tipo de poder puede ser abusivo y destruir a los demás. Deberíamos darnos cuenta de que el poder en comunión con los demás, unido a la no violencia, es una fuerza más poderosa que morir por la espada. Puede ser un despertar espiritual que una a la comunidad derribando las falsas fronteras que mantienen la distancia y la disonancia entre los seres humanos. Chávez trabajó arduamente para construir poder con otros, no sobre otros.
Con respecto a lo que está ocurriendo en Denver en relación con la violencia juvenil. Los jóvenes no deberían tener que vivir con miedo cuando entran en las escuelas, las reuniones y la interacción de grupo en la comunidad. La violencia armada y otras formas de violencia tienen que parar; pero sólo pueden parar cuando todos nos comprometamos a tratarnos con respeto. Hay que abordar el sufrimiento silencioso que experimentan nuestros jóvenes. Es mejor que volverse inmune, no preocuparse por la vida de los demás porque la muerte se ha normalizado, es decir, forma parte de la vida. Por cierto, dicho sea de paso, este es un síntoma del trastorno de estrés postraumático (TEPT). Es más sano que experimentar apatía, aislacionismo e indiferencia ante el don divino de la vida. Como parte de la filosofía de La Cultura Cura, se nos enseña que debemos, «Vivir la vida con un sentido de espíritu o espiritualidad (espíritu) que permita a los individuos, familias y comunidades acercarse a la vida con un elemento de entusiasmo (ganas)».
Nuestros jóvenes chicanos necesitan modelos a seguir, hombres que hayan aprendido a controlar los impulsos de ira y se hayan transformado en hombres nobles, un arquetipo azteca de los tiempos de nuestros antepasados. Hay que recuperar nuestra cultura para que nuestra juventud masculina pueda caminar con dignidad y honor. El cambio social a largo plazo es un trabajo duro. A veces, parece prácticamente imposible, especialmente para la difícil situación de los pobres que sufren la catástrofe social a diario para sobrevivir. Una lección que nos dejó Chávez es que sólo a través de la presión constante, la exposición de la verdad y la construcción de la solidaridad podemos crear y mantener una cultura de paz. La verdad revelada a través de la lucha no violenta es más eficaz y acabará superando a las falsedades de las que se hace eco la violencia. El momento de la justicia es ahora. No podemos seguir esperando mientras el tiempo pasa controlado sin concesiones por quienes buscan el poder sobre los demás. El tiempo se mueve y sin acción nada cambia.
No puede haber honor en la violencia que aniquila la vida humana. Hay que crear compasión para quienes carecen de comprensión y destruyen la vida humana y la racionalizan mediante mecanismos de políticas institucionalizadas encaminadas a la destrucción humana. La cultura de la paz y la no violencia no es una panacea. No es una vida sin conflictos; simplemente permite a los seres humanos reconocer sus propias fragilidades, con el perdón como antídoto. Como dijo el famoso Presidente de México Benito Juárez:
Entre los individuos como entre las naciones,
el respeto al derecho ajeno es la paz».
Hermanas y Hermanos, sólo podemos Reclamar la Responsabilidad Masculina a través de la No Violencia creando una Cultura de Paz.
Dr. Ramón Del Castillo es Periodista Independiente. ©1 de abril de 2023 Ramón Del Castillo. Traducido por Juan Carlos Uribe, The Weekly Issue/El Semanario.
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